¿Te has dado cuenta?
Ignoré por un momento
la pantalla que tenía frente a mí, con las cuentas y pedidos de arte, para
observar detenidamente aquel mármol blanco que se unía con tanta perfección.
Otra vez me encontraba mirando uno de los muros conectados con pilares frente
al estudio. Éste daba por la puerta a las columnas frontales que cercaban al
peristilo que daba al patio central. Me recargué con los brazos en la
nuca y miré todo el cuarto. Las piezas las había colocado de una manera
minuciosa donde podrían ser iluminadas naturalmente o con fluorescencias. Hasta
Nayana había conseguido que la iluminación no le quitase esa frescura y color a
las obras, a aquellos jarrones con imagenes figurativas y solemnes escenas
plasmadas en negro sobre sepia. Me llamaban a reproducir su mismo ritual de
caza y muerte. Así me mantuve, quieto, le insistí a mi mente a darle unos
cuantos minutos más para contemplar aquellas bellas piezas de marfil,
provenientes de micenas, que habíamos conseguido al reemplazarlas con copias.
Me maravillaba la vida en Nápoles, la humedad no le quitaba su esplendor, era
fresco y más por las olas que podía ver por las ventanas de la villa. El
encanto se apagó. Guardé desesperadamente los documentos pero al subir la
mirada me detuve. Deje salir aire por mi boca y comencé a hablar.
“Margarett, eres tú.
Creí que eras mi cuñado”.
“No se preocupe señor
Luis, se ha ido con la señora por un paquete”.
“¿Y dijo cuándo va
regresar?”.
“No señor pero me
dejó un recado. ¿Lo leo o se lo entrego?”.
“Léamelo”.
“Sí señor, dice así: Luis,
iremos por las nuevas piezas, cuando regresemos te llamaré para que aproveches
nuestra ausencia y te dediques a hacer los presupuestos de las nuevas obras”.
“Perfecto. Margarett
ya te puedes retirar”.
“Sí señor”.
Al salir Margarett
por la entrada del estudio, me ahogué en mi trabajo. La adrenalina era parte de
mí, mis manos y cuerpo se aceleraban, nacían raíces a consecuencia del tiempo
consumido por la visita. Ese odioso parásito con el que ni siquiera la sangre
comparto nos afectaba en eficiencia y eficacia, algo que no había pasado desde
nuestros seis años de matrimonio. “El equipo se rompe” pensé, pero al
envolverme en mi odio trabajé con más energía. Por un momento era tan alta la
barrera que Margarett tuvo que contestar mi celular y sacarme del trance al
obstruir mis ojos de la pantalla.
“Señor Luis, es la
Señora Nayana. Quiere hablar con usted”.
“Sí, gracias
Margarett. Bueno”.
“Que distraído, ¿está
en silencio tu celular o porqué no me contestas?”
“Estaba terminando
los presupuestos para comenzar con las llamadas de transporte”.
“¡No!”
Mi cabeza retrocedió
como reacción al grito y regrese al auricular del teléfono.
“¿Qué ocurre?”
“Recuerda que yo debo
hacer las llamadas, ese es mi trabajo.”
“Pero si tu estás
ocupada distrayendo a tu hermano debo mantener las ventas fluyendo.”
Hubo un silencio e
intuí que había terminado la conversación. Era de esperarse, una mujer hindú
“dueña de casa” siempre tiene necesidad de poder y control.
“Ya voy para allá”,
me dijo con una voz grave y estriada.
Se escuchó un sonido
al final de la línea y colgué. Por eso no soportaba las visitas, sólo hacían el
trabajo más pesado para ambos, no podíamos ocuparnos en las cuentas o
presupuestos de nuevos clientes por el cuidado a no ser descubiertos. Te odio
Nirek, me arden las venas por la ansiedad que me produces.
Al no poderme dedicar
a los trabajos de bandido bien pagado, acomodé los presupuestos en carpetas
dentro de mi maletín bajo llave. Me levanté y salí por la puerta que daba al
peristilo que enmarcaba el impluvio de pasillos y el patio central.
Miré a mi derecha
dónde me dirigiría a los baños de vapor, aunque podría ir a mi izquierda donde
se encontraba el comedor y la cocina. Pero también me tentaba caminar hacia al
frente ya que en la penúltima recamara, antes del recibidor, estaban las piezas
más hermosas rodeando la habitación. Aún cuando la entrada, a la izquierda del
recibidor, tenía de las más bellas copias por Caravaggio, las mejores piezas
residían dentro de nuestros límites. Lo pensé por un momento y mejor caminé
hacia el recibidor para dirigirme a la bodega donde teníamos las exposiciones.
Esta área normalmente era utilizada como caballeriza en tiempos clásicos pero
por amor al arte se había convertido en un cuarto iluminado y tranquilo. De día
se llenaba de vida y de noche de obscuridad, frío y silencio.
Llegando a la bodega
comencé a colocar caja tras caja hasta encontrar las cerámicas y utensilios de
caza que tanto esperábamos. Las saqué cuidadosamente para tenerlos exhibidos
con sus respectivas placas. Después lo recordé, había recibido el cuadro que
tanto esperaba. Tomé el tubo y saque con mis guantes de látex aquella preciada
adquisición. Napoleón cruzando los alpes por Jacques Louis David.
Por un momento me imaginé desahogando todo el esfuerzo de mis estudios clásicos
y neoclásicos pero no quise derramar ni una gota sobre esa preciada… escuché mi
nombre. Hubo un instante en el que creí que deliraba, pero lo escuche de nuevo.
“Luis. Luis. Nayana
me dijo que te diera estas cajas”, gritó.
“El Odioso” pensé.
“Espera” me dije en voz alta. Me detuve un momento a mirar la pintura. Tenía
que actuar rápido, escuchaba sus pasos sobre los pisos de mural y sabía que
estaba cerca, pero el cuidado era primero. Lo enrollé con delicadeza para así
deslizarlo dentro del tubo. Uno, dos, tres, listo. Escuché sus pasos sobre mí y
rápidamente volteé la cabeza. Sobre su cara sólo había más cajas. Mis músculos
se relajaron y las tomé. En la esquina de mi ojo vi a Margarett entrar por la
puerta que, con mirada angustiada, miró hacia el piso.
“Gracias hermano” me
dice Nirek con voz sarcástica.
Tomó el tubo y comenzó la duda.
(25 de octubre de 2014 – 27 de
octubre de 2014)
FPSA
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