No son muchas las cosas que me
desbalancean, pero en la vida que vivo, son constantes las veces que me veo
obligada por mi cuerpo a llorar. Mis labios titubean, grito injurias a los
insultos recibidos. Soy la peor persona que pudiera imaginar y odio eso. No
quiero gritar, no es mi naturaleza, pero si un mal hábito y una tendencia que
creí que había muerto. No sé si es el ego o mi corazón el que llora, o más
bien, estoy segura que mi corazón, musculo interno y expuesto a mis seres queridos,
está siento golpeado, rasgado, olvidado por sus insultos. Lo hago de corazón,
por el deseo de cercanía y empatía. Me siento rechazada. Me siento olvidada.
Ajena, soy un extraño. Soy un extraño que vaga por tu casa pidiendo amor, que a
la vez que faya, no por intenciones propias, es castigado. Castigado con
navajas que salen de sus bocas, castigado con el descanso de sus ojos. Se
cierran, me eliminan. Ya ni soy persona. Soy un espíritu, invisible, una
presencia molesta de sentir. Ahora sí me convierto en lo que más odio, en un
fantasma, ni siquiera en la oveja negra. Ni el reconocimiento de ser diferente
se me ha sido otorgado. Soy solo una letra que se sale de la línea y es borrada
por los ojos que la ven.
(5 de noviembre de 2015)
FPSA
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