Con el ardiente sol
sobre nosotros, siento el calor con el que desprende mi espalda, se quema y el
cansancio baja por mi frente. Mis pulmones ya resecos sentían al aire tan
tajante como una piedra. Mi piel se evaporaba. Se desprendía de mi carne
translucida, que por su ligerees ascendía hacia el astro. Veía la Arenisca de los cañones, anaranjadas y
rojizas piedra que al ver fijamente sentía que deliraba, la imagen se movía
como ondas. Ahora escuchaba un par de pasos en vez de tres. Evitaba mirar atrás
para no perder mis fuerzas en lamentos. La sal en mis ojos apenas y permeaba en
mis mejillas. Moríamos de sed, de hambre, pero no de alma.
(23 de octubre de 2013)
FPSA
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