Extraño la vida aunque si la tengo. Pero deliro ese momento,
ese sentimiento de tranquilidad de tenue liquidez que sólo puedo capturar en
imaginación pero no en escena. ¿Seré una ilusa? ¡Estaré tan absorbida en
delirios e ingenuidad! ¿Cómo podré saberlo? Dime. Enséñame. No, me detendré.
Perdón.
Vocifero egoísmo. Cuéntame. ¿Cómo estás tú? ¿No te duele el
alma? ¿No te duele el pecho por pensar en alguien que alguna vez intoxico tus
pensamientos para que sólo fueran suyos? No me digas. No quiero saberlo. No
quiero saber de tu daño porque sé que duele. Esto me deja pensando. Dolor. El
más común y sencillo conjunto de vocales y consonantes puede significar y decir
tanto. El dolor es más duro que el sufrimiento, por ello no te puedo escuchar
convaleciente. Por ello tengo que detenerte o no podré aliviarte con vida
porque trataré de absorber tu dolor y lo haré mejor que tú. Podre contener las
emociones propias pero al no poder cuidar de ti se cristaliza mi interior, por
lo que cruje con el aspaviento de sorpresa y deja caer sus cristales.
Radian calor, por la importancia que tienes en mi árbol en
el cual se conectan las ramas a los seres carnales más próximos a mí. Si fuera
carnalidad todo sería más fácil, pero no lo es, pero al fin y al cabo me rompo
por tratar de consumir el fragmento de experiencia que te han dado los años
como lección. No es mí, no podré salir de ella. ¿Entiendes lo que digo, o sólo
te confundo más?
Bueno, te diré. La jerarquía te coloca un paso delante de la
escalera. Tu edad y tu experiencia lo hace una región nada común para mi
conocimiento. Quiero ayudarte, pero la vida no me ha dado el hacha o martillo
para romper tus conflictos. Las preguntas más existenciales que han pasado por
mi mente son de identidad no de unión. Aunque quisiera darte mi cuerpo joven y
ágil no te serviría para una lección como esa, en la que necesitas experiencia
en tus movimientos, en la punta de sus dedos y como lo dije antes, no te puedo
dar mi importancia en los ojos del mundo. Busco en mi cabeza que podría darte,
pero nada de lo que pueda decir o regalarte podría alimentarte.
No puedo. No puedo. Quiero arrancarme el labio, destrozar mi
garganta. Dejar que el agua hirviendo me libere de mi cuerpo, que me queme para
que la piel se desprenda y se desvanezca. Así no podré recordarte lo que más
quieres olvidar.
(14 de noviembre de 2013)
FPSA