miércoles, 29 de enero de 2014

Protector

Extraño la vida aunque si la tengo. Pero deliro ese momento, ese sentimiento de tranquilidad de tenue liquidez que sólo puedo capturar en imaginación pero no en escena. ¿Seré una ilusa? ¡Estaré tan absorbida en delirios e ingenuidad! ¿Cómo podré saberlo? Dime. Enséñame. No, me detendré. Perdón.
Vocifero egoísmo. Cuéntame. ¿Cómo estás tú? ¿No te duele el alma? ¿No te duele el pecho por pensar en alguien que alguna vez intoxico tus pensamientos para que sólo fueran suyos? No me digas. No quiero saberlo. No quiero saber de tu daño porque sé que duele. Esto me deja pensando. Dolor. El más común y sencillo conjunto de vocales y consonantes puede significar y decir tanto. El dolor es más duro que el sufrimiento, por ello no te puedo escuchar convaleciente. Por ello tengo que detenerte o no podré aliviarte con vida porque trataré de absorber tu dolor y lo haré mejor que tú. Podre contener las emociones propias pero al no poder cuidar de ti se cristaliza mi interior, por lo que cruje con el aspaviento de sorpresa y deja caer sus cristales.
Radian calor, por la importancia que tienes en mi árbol en el cual se conectan las ramas a los seres carnales más próximos a mí. Si fuera carnalidad todo sería más fácil, pero no lo es, pero al fin y al cabo me rompo por tratar de consumir el fragmento de experiencia que te han dado los años como lección. No es mí, no podré salir de ella. ¿Entiendes lo que digo, o sólo te confundo más?
Bueno, te diré. La jerarquía te coloca un paso delante de la escalera. Tu edad y tu experiencia lo hace una región nada común para mi conocimiento. Quiero ayudarte, pero la vida no me ha dado el hacha o martillo para romper tus conflictos. Las preguntas más existenciales que han pasado por mi mente son de identidad no de unión. Aunque quisiera darte mi cuerpo joven y ágil no te serviría para una lección como esa, en la que necesitas experiencia en tus movimientos, en la punta de sus dedos y como lo dije antes, no te puedo dar mi importancia en los ojos del mundo. Busco en mi cabeza que podría darte, pero nada de lo que pueda decir o regalarte podría alimentarte.
No puedo. No puedo. Quiero arrancarme el labio, destrozar mi garganta. Dejar que el agua hirviendo me libere de mi cuerpo, que me queme para que la piel se desprenda y se desvanezca. Así no podré recordarte lo que más quieres olvidar.


(14 de noviembre de 2013)

FPSA

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